Si buscas magia, si aún dudas, mírame. Atraviesa mis pupilas con tu luz, deslúmbrame la inquietud. Acércate. No temas, por ti mis miedos alejaré. Lejos, donde nunca nadie pueda verlos. Ni siquiera tú, corazón de oro, pedacito de cristal. No te rompas, por favor. Te necesito completo.
Resucitaré tu latir ausente, lo elevaré arriba y se lo enseñaré a los dioses para que juzguen esa forma de caminar que tienes cuando te vas. Cuando te marchas, sin antes indicarme el camino de vuelta a casa. Te pido la hora, pero siempre respondes las cuatro y tres. Te suplico que te quedes, pero siempre está esa excusa, que habla de tus cardenales enjaulados. Sus corazones marchitos, que con tanta rabia pisoteas cuando te vence el olvido. Busca entre mis recuerdos, atrévete a enfrentar tu propia mirada, y dime cómo se llama aquella muchacha con la que tantas veces soñabas.
Durmiendo a mi lado, la paz traías a las sábanas de mi camastro. Dibujabas con ceniza el polvo que dejaste acumulado tras la puerta. En forma de ave, de clave de sol. La primera esperanza de la mañana que por la noche se quemaba bajo el sol. Espera, ruiseñor irritado. Te traigo una tirita para calmar tu dolor disimulado.
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