27 feb 2011

Un día en el que no hay motivo para sonreír, y sin embargo eres la más deslumbrante en este Domingo de penumbra. El cielo está triste a su manera, pero yo lo veo encantador, y hermoso. Las nubes están comprimidas, se adoran entre sí y se abrazan como si mañana no fuera más que unas horas más de privilegio incondicional para vivir. Si yo fuera el viento, las hojas que transportaría conmigo serían mis aliados, los de mi día a día. A las doce menos cuarto, con medio cuerpo ajustado entre medias rotas y de color incoloro, uñas arco-iris y camisa del tamaño de tu padre. Bruce Springsteen te dedica unas baladas de fondo, las tarareas sin saberte la letra. Un violín, una guitarra. Mucho trabajo que hacer es lo que hay en tu mochila de cinco días semanales y un buen libro el que te espera sobre la mesita de noche del sector norte. Y quién sabe en qué pensamiento estás encarcelado, en qué cabeza, en qué momento. Todavía me quedan once horas de vida a un ritmo flemático.

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