Te encontrabas ahí desnuda en medio de la avenida más fría donde decidiste anidar tu piel aquella noche. Tenías las piernas como alfileres blancos cubiertos por cicatrices que te marcaron junto con tu existencia. Estabas ahí con tus senos firmes y jóvenes escondidos bajo un par de mechones largos, muy largos de tu extenso cabello reseco desbocado por la ventisca de la ciudad. Tenías la mirada perdida en un rostro pálido de porcelana mal cuidada. Y ahí de pie, obvia y desabrigada las almas que te rodeaban se desplazaban agitadas por una calle sin sentido ni contradicción, y ellas no te veían porque te negabas a excavar en sus pupilas para ser, para estar, para encontrarte, para conservarte. Te tenía frente a mí perdida como nunca, como siempre y casi lo recuerdo pero los recuerdos se decoloran en mi memoria y yo apenas sé mi nombre ahora que me miraste el interior y reventé. Perdóname mis inquietudes ciervo de corazón inerte, solo quise llevarte con tu clan y marchar hacia el olvido que jamás me concediste.
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