18 jul 2011

Que me perdí entre sus sábanas anoche, y no supe encontrar el camino de vuelta a casa. Quizá fuera la botella de Brugal, que con sus licores me desgarró la garganta y me arrancó la lengua. Pero recuerdo que mi cuerpo se prendió en el instante en que posó sus pupilas sobre mis espaldas, y al girarme, sobre mis párpados. Me sentí como un niño al que le habían arrebatado la ropa de un tirón, un niño que se había quedado desnudo ante un público que no aplaudiría, ni cerraría el telón. Sólo contemplaría y actuaría en consecuencia, como lo hacía mi bonita Amandine en nuestras antiguas medianoches más tremendas. La pasión nos consumía y nos convertía en ceniza luchando contra la gravedad. ¿Pero a quién le importaba la gravedad? Si el viento se hubiera interpuesto en nuestro camino, sin duda ella habría sido la primera en cubrirme con su cuerpo, en protegerme de la suciedad del aire y de las personas para que no atendiera ninguna otra suciedad que no fuera la suya. <>, adoraba susurrarle mientras agarraba las cortinas como un animal, de las que tiraba tan fuerte como lo habría hecho un felino furioso. Se desprendían igual que lo hacían nuestras ganas de encontrar refugio en el otro, hallándolo. 

Y finalmente terminé comprendiendo que quizá Charlotte, la exquisita desnudez que ocupó anoche aquella litera que no me presentaron, nunca logre ser mejor que ella en muchos aspectos, sin embargo aquí estaba, en mi cabeza luchando por ocupar todo el lugar que fuera posible. Como en nuestras camas, cuando por la noche discutíamos por nada, porque Amandine acostumbraba a coger todo el sitio, toda la manta. Así que me levanté de ese parqué polvoriento en el que estaba dejando con él mis pasiones y Charlotte ahí tendida, cogí la chaqueta negra de 'smoking' con la que había llegado y salté por la primera ventana que vislumbré en el apartamento. Realmente no sabía que tipo de superficie me aguardaba tras ella, pero no paré a averiguarlo y salté con los ojos gran abiertos para ver cómo acababa la historia, para ver cómo me llorarían Charlotte o Amandine tras mi fuga, aunque sus lágrimas jamás lograrían perforarme el pecho. Porque ese era el fin, el fin que yo había decidido ponerle a esta rutina de noches de sexo acompasado a tres o a cuatro según el tiempo que hiciera, y las locuras del pasado no ayudaron a que me sumergiera en otra profundidad incierta, sino a que acabara con ella, y rompiera con todo. 

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