Nunca me gustó el flamenco y sin embargo a veces creo ver en sus bailarinas águilas color ceniza atravesando sus mantones. Plumas de sus alas oscuras en los flecos, todas de negro uniforme compondrán el cuerpo del ave. Abriéndose al cielo, estirando majestuosamente su esqueleto, no despegará a volar mientras sus tacones permanezcan anclados al parqué. Se encoge, se rebela, se esconde y se eleva en una manifestación silenciosa y evidente. Y para cuando ha terminado su discurso se despide sin mirar a nadie, el mantón abrazado al cuello y orgulloso de su plumaje. Adiós paisaje, me despedido de ti en cualquier clave.
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