7 ene 2010

Coloqué los imanes del frigorífico en una línea perfecta pensando que quizás estuviera desarrollando un trastorno obsesivo-compulsivo. Los últimos dos imanes, un par de utilitarias piezas redondas y negras, eran mis favoritos porque podían sujetar hasta diez hojas de papel en la nevera, y en ese instante no querían cooperar en mi fijación. Tenían polaridades inversas; cada vez que intentaba ponerlas en fila, al colocar la última, la otra saltaba fuera de su sitio.

Por algún motivo - una manía en ciernes, quizá -, eso me sacaba de quicio. ¿Por que no podían comportarse como es debido? De una forma tan estúpida como terca, continué alineándolas como si esperase una repentina rendición.
Podía haber puesto una más arriba, pero sentía que eso equivalía a perder.
Finalmente, mas desesperada por mi comportamiento que por los imanes, los cogí del frigorífico y los sostuve juntos, uno en cada mano. Me costó un poco, ya que eran lo bastante fuertes como para seguir con la batalla, pero conseguí que coexistieran uno al lado del otro.

- Ya veis - esto de hablarle a los objetos inanimados no podía ser síntoma de nada bueno -. Tampoco es tan malo, ¿a que no?

Permanecí allí quieta durante un segundo, incapaz de admitir que no estaba teniendo ningún éxito a largo plazo contra los principios científicos.
Entonces, con un suspiro, volví a colocar los imanes en la nevera, a un palmo de distancia.

- No hay necesidad de ser inflexible - murmuré.

Todavía era temprano, pero decidí que lo mejor sería salir de la casa antes de que los imanes comenzaran a contestarme.

1 comentario:

  1. Yo también estoy en primero de bachillerato :)
    Te sigo, ¿vale?
    Me gusta tu blog.
    ¡Un beso!

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